Nicanor Parra

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Nicanor Segundo Parra Sandoval, el gran poeta chileno, nació el 5 de setiembre de 1914. 

Cuando Mario Benedetti lo entrevistó, en Santiago de Chile, y le preguntó cuáles eran los nombres importantes que de alguna manera pesaban sobre su obra, Nicanor Parra empezó por mencionar a Aristófanes, siguió por Luciano, por Chaucer, por Cervantes, por Quevedo y por Bécquer, de quien dice «un autor menor, pero sumamente importante». Y, por supuesto, antes de todos ellos, mencionó a Lorca y a Whitman.

Este hombre, cuya poesía ha tenido una influencia indiscutible en la literatura hispanoamericana, es conocido por ser el creador de la antipoesía, que en esa misma entrevista explica a Benedetti:

«Poesía es vida en palabras (…) esa era la única definición de poesía que podía abarcar todas las formas posibles de poesía. Entonces, me di a la tarea de producir una obra literaria que satisficiera también esta definición, y resultó que mientras más trabajaba, más me interesaba la palabra vida, y esta llegó a interesarme mucho más que la propia poesía. Y resultó que la poesía, tal como se la practicaba, en cierta forma divergía de lo que podemos llamar la noción de vida. Partía solamente de ella, pero no volvía. (…) y la antipoesía no es otra cosa que vida en palabras.»

En definitiva, la antipoesía se caracteriza por ser rupturista y extremadamente directa, y es el resultado de la ardua tarea de investigación y experimentación por la que transitó la vida poética de Parra.

«Mi poesía puede perfectamente no conducir a ninguna parte», dice, en su «Advertencia al lector», de Poemas y antipoemas, y creo que en esa frase está la esencia de su obra. No hay un destino premeditado al que llegar, no hay un plan trazado. No es más (ni menos) que su poesía del sentido común.

Pero él no estuvo solo interesado en la poesía. También se interesó por la ciencia y esto, que puede parecer alejado del universo poético, en realidad no lo fue desde su punto de vista. 

«Llegué a Oxford y percibí algo en la atmósfera, sentí dos tipos de fuerzas. Percibía por un lado a Shakespeare y por otro a Newton.» 

Él había ido a Oxford a estudiar cosmología y fue aceptado «en un momento de descuido», según menciona en otra entrevista.

Cierro estas breves notas sobre este poeta de lo cotidiano con su «Manifiesto» (Obra gruesa), un poema que refleja claramente quién era, cuáles eran sus búsquedas y sus apuestas.

Manifiesto

Señoras y señores

Esta es nuestra última palabra.

—Nuestra primera y última palabra.—

Los poetas bajaron del Olimpo.

Para nuestros mayores

la poesía fue un objeto de lujo.

Pero para nosotros

es un artículo de primera necesidad:

no podemos vivir sin poesía.

A diferencia de nuestros mayores

—y esto lo digo con todo respeto—

nosotros sostenemos

que el poeta no es un alquimista.

El poeta es un hombre como todos

un albañil que construye su muro:

un constructor de puertas y ventanas.

Nosotros conversamos

en el lenguaje de todos los días.

No creemos en signos cabalísticos.

Además una cosa:

El poeta está ahí

para que el árbol no crezca torcido.

Este es nuestro mensaje.

Nosotros denunciamos al poeta demiurgo

al poeta Barata

al poeta Ratón de Biblioteca.

Todos estos señores

—y esto lo digo con mucho respeto—

deben ser procesados y juzgados

por construir castillos en el aire

por malgastar el espacio y el tiempo

redactando sonetos a la luna

por agrupar palabras al azar

a la última moda de París.

Para nosotros no:

el pensamiento no nace en la boca

nace en el corazón del corazón.

Nosotros repudiamos

la poesía de gafas obscuras

la poesía de capa y espada

la poesía de sombrero alón.

Propiciamos en cambio

la poesía a ojo desnudo

la poesía a pecho descubierto

la poesía a cabeza desnuda.

No creemos en ninfas ni tritones.

La poesía tiene que ser esto:

una muchacha rodeada de espigas

o no ser absolutamente nada.

Ahora bien, en el plano político

ellos, nuestros abuelos inmediatos

¡nuestros buenos abuelos inmediatos!

se retractaron y se dispersaron

al pasar por el prisma de cristal.

Unos pocos se hicieron comunistas.

Yo no sé si lo fueron realmente.

Supongamos que fueron comunistas.

Lo que sé es una cosa:

que no fueron poetas populares

fueron unos reverendos poetas burgueses.

Hay que decir las cosas como son:

sólo uno que otro

supo llegar al corazón del pueblo.

Cada vez que pudieron

se declararon de palabra y de hecho

contra la poesía dirigida

contra la poesía del presente

contra la poesía proletaria.

Aceptemos que fueron comunistas

pero la poesía fue un desastre

surrealismo de segunda mano

decadentismo de tercera mano

tablas viejas devueltas por el mar.

Poesía adjetiva

poesía nasal y gutural

poesía arbitraria

poesía copiada de los libros

poesía basada

en la revolución de la palabra

en circunstancias de que debe fundarse

en la revolución de las ideas.

Poesía de círculo vicioso

para media docena de elegidos:

«libertad absoluta de expresión».

Hoy nos hacemos cruces preguntando

para qué escribirían esas cosas

¿Para asustar al pequeño burgués?

¡Tiempo perdido miserablemente!

El pequeño burgués no reacciona

sino cuando se trata del estómago. 

¡Qué lo van a asustar con poesías!

La situación es esta:

mientras ellos estaban

por una poesía del crepúsculo

por una poesía de la noche

nosotros propugnamos

la poesía del amanecer.

Este es nuestro mensaje

los resplandores de la poesía

deben llegar a todos por igual.

La poesía alcanza para todos.

Nada más, compañeros.

Nosotros condenamos

—y esto sí que lo digo con respeto—

la poesía de pequeño dios

la poesía de vaca sagrada

la poesía de toro furioso.

Contra la poesía de las nubes

nosotros oponemos

la poesía de la tierra firme

—cabeza fría, corazón caliente

somos tierrafirmistas decididos—.

Contra la poesía de café

la poesía de la naturaleza.

Contra la poesía de salón

la poesía de la plaza pública

la poesía de protesta social.

Los poetas bajaron del Olimpo.

Web de referencia: https://www.nicanorparra.uchile.cl


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